17 de noviembre de 2017

Ritmo - Filosofia Hermetica Parte III


Todo pensador apreciará debidamente la gran importancia del asunto con sólo considerar lo esclavo que, en su mayoría, la gente es de su propio estado de ánimo, sentimientos y emociones y el poco dominio de sí mismo que tienen.
A poco que se medite el asunto se comprenderá cuanto nos han afectado en nuestra vida esas oscilaciones del ritmo; como a un período de entusiasmo ha seguido un correspondiente período de depresión.
Igualmente, tenemos períodos de valor, que son seguidos de períodos de desaliento y miedo.
Y así sucede con todos o la mayoría por lo menos: marea de sentimientos y emociones se elevan y caen, pero nunca sospechan la causa de ese fenómeno.
Si se comprende la operación de este principio, se obtendrá la clave para dominar esas oscilaciones y uno podrá conocerse a sí mismo mucho mejor, evitando además el dejarse llevar por esos flujos y reflujos.
La voluntad es muy superior a la manifestación consciente de este principio, por más que el principio mismo nunca puede ser destruido.
Podremos sustraernos a sus efectos, pero, no obstante, el principio obrará.
El péndulo siempre oscila, si bien podemos evitar el ser arrastrados por su oscilación.
Existen, además, otras particularidades en la operación de este Principio del Ritmode las que vamos a hablar ahora.
Dentro de su operación entra lo que se conoce como ley de compensación.
Una de las definiciones o significados de la palabra compensación es «contrabalancear», «equilibrar», y en este sentido se emplea dicho término en la Filosofía Hermética.
A esta ley de compensación se refiere El Kybalion cuando dice: «La medida de la oscilación hacia la derecha es la misma que la de la oscilación a la izquierda; el ritmo es la compensación».
La ley de compensación es la que hace que la oscilación en una dirección determine otra oscilación en sentido contrario, y así se equilibran mutuamente.
En el Plano Físico vemos muchos ejemplos de esta ley.
El péndulo de un reloj oscila hasta cierto punto hacia la derecha y de allí vuelve a oscilar hacia la izquierda otro tanto.
Las estaciones se equilibran unas a otras de la misma manera.
Las mareas obedecen a la misma ley.
Y la misma ley se manifiesta en todos los fenómenos del Ritmo.
El péndulo que sólo hace una oscilación corta hacia la derecha, hace otra oscilación corta hacia la izquierda. Si la oscilación hacia la derecha es grande, la oscilación hacia la izquierda lo es igualmente, un objeto cualquiera arrojado hacia arriba, tiene que recorrer exactamente el mismo camino de vuelta.
La fuerza con que se lanza un proyectil hacia arriba se reproduce cuando el proyectil vuelve a la tierra.
Esta ley es constante en el Plano Físico, como cualquier referencia a la mayor autoridad científica lo corroborará.
Pero el hermético lo lleva aún más allá. Y afirma que los estados mentales están sujetos a la misma ley.
El hombre capaz de gozar agudamente, es también capaz de sufrir en igual grado.
El que sólo es capaz de escaso dolor, tampoco puede gozar más que escaso placer.
El cerdo sufre mentalmente muy poco; pero, en cambio, tampoco puede gozar gran cosa: está compensado. Por otra parte, hay animales que gozan extraordinariamente, pero también su sistema nervioso y
temperamento los hacen sufrir extremos grados de dolor. Igualmente sucede con el hombre.
Hay temperamentos que sólo son capaces de muy poco goce, pero entonces sólo existe, como
compensación, una capacidad para soportar muy poco dolor, en tanto que otros hombres pueden gozar
intensamente sufren en igual grado.
La regla es que la capacidad para el placer y el dolor en cada individuo está equilibrada.
La ley de compensación opera ampliamente aquí también.
Pero el hermético va más allá aún en esta materia, y afirma que antes de que uno pueda gozar de cierto grado de placer es necesario que haya oscilado proporcionalmente otro tanto hacia el otro polo del
sentimiento o sensación. El negativo en esta materia precede al positivo; es decir, que al experimentar cierto grado de placer no se seguirá que «haya que pagarlo» con un correspondiente grado de dolor; por el contrario, el placer es la oscilación rítmica, de acuerdo con la ley de compensación, originada por un grado de dolor experimentado previamente, bien en la vida actual o en encarnaciones anteriores.
Y esto arroja una nueva luz sobre el problema del dolor.
Los herméticos consideran la cadena de vidas como continua, como simples puertas de una sola vida del individuo, de suerte que la oscilación rítmica es considerada en esta forma, mientras que no tendría
significado alguno si no se admitiera la doctrina de la reencarnación.
Pero, además, el hermético sostiene que el maestro o el discípulo avanzado es capaz, en grado superlativo, de rehuir la oscilación hacia el dolor, realizando el proceso de neutralización a que aludiéramos
anteriormente.
Ascendiendo al plano superior del Ego,
se evitan muchas de las experiencias que llegan a los que habitan en planos inferiores.
La ley de compensación desempeña una parte importante en la vida de los hombres, pues se verá que uno generalmente paga el precio de lo que tiene o le falta. Si se posee una cosa, falta otra, y así se equilibra la balanza.
Nadie puede guardarse su centavo y tener al mismo tiempo la torta, todo tiene su lado agradable y
desagradable.
Las cosas que uno obtiene siempre las paga con las que pierde.
El rico posee mucho de lo que al pobre le falta, mientras que el pobre posee cosas que frecuentemente están fuera del alcance del rico.
El millonario que gusta de los festines, y que tiene la fortuna necesaria para satisfacer sus deseos y asegurarse la satisfacción de su gula, carece del apetito necesario para gustarlos, y envidia el apetito y la digestión del obrero a quien le falta la fortuna y la inclinación del millonario, gozando más de su sencillo alimento que el millonario sin apetito y con el estómago arruinado.
Y así sucede con todo en la vida. La ley de compensación está siempre obrando, equilibrando y contrabalanceando las cosas continuamente, en la sucesión del tiempo, aunque la oscilación del ritmo tarde vidas enteras.


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